El 12 de mayo de 2022, el gobierno argentino -a través de una resolución del ministerio de Agricultura- aprobó la producción y comercialización del trigo transgénico HB4, resistente a sequía. El nuevo transgénico está diseñado también para ser resistente al herbicida glufosinato de amonio. La medida beneficia a la empresa Bioceres y es fuertemente resistida desde amplios sectores. En diálogo con Taller Ecologista, el investigador y experto en la materia, Diego Silva, nos ayuda a pensar en torno a la complejidad del tema.
Diego Silva es economista y doctor en antropología del Graduate Institute of International and Development Studies (IHEID), de Ginebra Suiza. Actualmente trabaja como investigador del Centro Internacional de Estudios Ambientales (CIES) en la misma ciudad. Desde hace 10 años estudia los debates alrededor de los transgénicos en el mundo y desde 2018, el desarrollo de la tecnología HB4 con la que se modificó al trigo transgénico en Argentina. Para esta investigación ha realizado trabajo etnográfico en los laboratorios, oficinas y campos experimentales de Bioceres por varios meses. Actualmente se encuentra escribiendo un libro con los resultados de su investigación.
Dando comienzo a la charla sobre un tema tan complejo y controversial, abrimos el juego preguntando: ¿Cuánto hay de mito y de realidad respecto a los riesgos de los cultivos transgénicos?
-Es una pregunta bastante amplia donde hay mucha tela que cortar. Es cierto que hay bastantes mitos y desinformación alrededor de los cultivos transgénicos, pero también es cierto que hay riesgos ecológicos y sociales que se han podido comprobar después de tres décadas de usar la tecnología en el mundo.
Lo más interesante para mi es que tanto los críticos como los promotores de los transgénicos parecen estar de acuerdo sobre los temas principales del debate. Estos temas se pueden ejemplificar con tres figuras movilizadas directa o indirectamente en el debate: Las figuras del monstruo, del cyborg y del virus. La tercera figura, la del virus, es quizás las más relevante para el debate actual en Argentina, pero vale la pena mencionar las tres rápidamente.
El monstruo es un ser no natural, que combina elementos de dos cosas que normalmente no se juntan por sí solas en la naturaleza, y por lo tanto que no podemos clasificar con las taxonomías de la biología clásica. Por ejemplo, el minotauro es una figura monstruosa porque es una combinación entre toro y humano que no es ni primate ni bóvido y a la vez es las dos cosas.
Dado que los transgénicos por lo general combinan material genético de dos seres vivos que no pueden combinarse por sí solos (por ejemplo ADN del trigo, y ADN del girasol), entonces la figura del monstruo es movilizada por los detractores de los transgénicos para caracterizarlos como monstruosos.
Frente a acusaciones de monstruosidad, los promotores de los transgénicos se defienden diciendo que las creaciones de la biotecnología moderna son tan naturales como cualquier otro ser vivo. Además, argumentan frecuentemente que la modificación genética es algo que precede a la transgénesis, por ejemplo con técnicas como la fermentación.
Por lo tanto, si la monstruosidad de los transgénicos es un mito o una realidad, depende en gran parte del tipo de clasificación biológica que se escoja como ‘natural’ y que determina si estos seres transgreden o no las fronteras de la ‘naturaleza.’
Con respecto a la segunda figura, el cyborg es un ser que combina elementos biológicos con elementos tecnológicos y por lo tanto es a la vez sujeto (en tanto ser vivo) y objeto (en tanto cosa no viva). Por ejemplo, en la película de cyborg un policía es transformado en un ser que es mitad máquina y mitad hombre. Como los transgénicos combinan elementos biológicos con elementos tecnológicos (no solo construcciones genéticas manufacturadas, sino también los agroquímicos que están a veces asociados a su uso) entonces algunos de sus críticos los catalogan como seres cyborgs.
Mientras la figura del monstruo genera preocupación frente a la naturalidad de los transgénicos, la figura del cyborg genera preocupación frente a su comportamiento. Los seres que combinan elementos biológicos y tecnológicos generan incertidumbre porque, mientras un objeto creado por el hombre es algo cuyo comportamiento podemos más o menos predecir, los sujetos vivos tienen agencia propia y pueden comportarse de manera impredecible.
También pueden generar nuevos comportamientos indeseables. Por ejemplo, dado que una gran parte de los cultivos transgénicos son tolerantes a herbicidas químicos, se temía que este tipo de organismo aumentará el uso de este tipo de productos y que promoviera el desarrollo de súper malezas (también tolerantes a los herbicidas). Estos son un par de los riesgos asociados a los transgénicos que terminaron por cumplirse.
Frente a estas críticas, los promotores de la tecnología dicen que estas invenciones son seguras, que las técnicas con las que se han creado son precisas, y que existen elementos regulatorios para su monitoreo y control. Con respecto a los agroquímicos, argumentan que algunos transgénicos, como los resistentes a algunos insectos (pestes), reducen el uso de insecticidas, y pueden contrarrestar así el aumento que se pueda dar del uso de herbicidas.
En conclusión, que el carácter cyborg de los transgénicos cause riesgos que vayan más allá de nuestro control, dependerá de cómo se regulen. Y aquí me permite ser pesimista. Lo cierto es que en muchos de nuestros países, los procesos regulatorios de bioseguridad han estado influenciados por intereses corporativos. Mi tesis doctoral fue precisamente sobre este tema en relación al caso colombiano.
Con respecto al uso de agroquímicos, los transgénicos sí ayudaron a reducir el uso de insecticidas muy tóxicos en sus primeros años, esto hay que reconocerlo. Sin embargo, el uso de herbicidas ya ha sobrepasado esta reducción ampliamente y la aparición de supermalezas es un hecho innegable en la Argentina y en el mundo. Por lo tanto, la discusión se centra ahora sobre el “nivel de toxicidad de estos productos”.
El virus es quizás la figura más relevante en el actual debate argentino. El virus es un ser que tiene la capacidad de infectar. Yo creo que todavía en medio de una pandemia global esto ya nos quedó claro a todos. Como si fuera un virus, los detractores de los transgénicos argumentan que estos cultivos pueden infectar o ‘contaminar’ a las variedades locales, poniendo así en riesgo a la biodiversidad y a los mercados de cultivos convencionales. Esto lo estamos escuchando en Argentina hoy en día incluso de actores como la Sociedad Rural Argentina.
Aquí, los promotores de los transgénicos dirán que la capacidad infecciosa o ‘contaminante’ de estos cultivos depende de dos cosas: a. del tipo de cultivo y b. de las medidas que estén en pie para regular la circulación de estos cultivos y de sus elementos (como el polen). Con respecto al primer punto, si los cultivos son autógamos (quiere decir que se fecundan a sí mismos) el riesgo de ‘contaminación’ será menor que si los cultivos fueran alógamos. Con respecto al segundo punto, si existen medidas serias de contención y monitoreo (como Bioceres asegura tenerlo con su programa de producción de semillas bajo identidad reservada) y si no hay ventas en el mercado informal, lo que se conoce como “bolsa blanca”, entonces los promotores de los transgénicos dirán que estos riesgos no son serios, porque la mezcla de semillas transgénicas con semillas convencionales podría prevenirse.
El problema en mi opinión es que en Argentina no hay ni lo uno ni lo otro. Como las medidas de contención restringen el uso y la multiplicación de semillas por parte de los agricultores, estas medidas han tenido una fuerte oposición en el país. Hay por lo tanto bastante espacio para la existencia de mercados informales de semillas, y estos mercados por definición están más allá del control del estado y de las semilleras.
Con respecto a la liberación comercial del trigo transgénico, esto pone a los productores de trigo convencional argentino en una situación difícil. Mi opinión personal es que mientras haya “bolsa blanca” será muy complicado prevenir la mezcla de semillas transgénicas con las semillas de trigo convencional, así exista la intención de hacerlo. Esto puede poner en riesgo los mercados de trigo convencional argentino en regiones del mundo donde el grano transgénico de trigo no ha sido aprobado, como Europa.
Hay que aclarar que el estado Argentino reconoce esto y por lo tanto condiciona la aprobación de los transgénicos a su aprobación en los principales países importadores. Para el caso de la soja argentina es China y para el caso del trigo argentino es Brasil. Por lo tanto, lo que vemos es que el estado Argentino pone en una balanza los intereses económicos del país (en términos de exportaciones agrícolas totales) contra los intereses particulares de los productores de cultivos convencionales, cuyos mercados pueden verse afectados.
¿Cuál es la solución? No hay una salida fácil. Establecer medidas más restrictivas al uso y multiplicación de semillas por parte de los agricultores y controlar la “bolsa blanca”, reducirían la autonomía de los agricultores argentinos en tanto que dependerían completamente del mercado para obtener sus semillas y en tanto deberían pagar un precio más alto por el uso de las tecnologías transgénicas. La elección está entre un sistema regulatorio estricto con menor autonomía para los agricultores, y un sistema laxo con los riesgos sobre la biodiversidad y los mercados de producto convencional que esto conlleva.
– ¿Qué diferencias y similitudes significativas encontrás entre el trigo HB4 y otros eventos transgénicos ya aprobados en Argentina?
– Claramente una de las principales diferencias es que el trigo transgénico es el primer evento aprobado para trigo en el mundo. La pregunta es ¿Por qué? y la respuesta es que el trigo es un cultivo mayoritariamente consumido por seres humanos, y si puedo añadir, por los seres humanos que habitan en los centros capitalistas del mundo y que prefieren al trigo sobre el maíz y el arroz.
En este contexto, al analizar la historia del desarrollo de los transgénicos es posible identificar una estrategia corporativa de los primeros productores de cultivos transgénicos en el mundo. Entre los primeros cultivos transgénicos aprobados para comercialización en el mundo se encuentran el algodón, el maíz y la soja.
El algodón es un cultivo autógamo, lo que como dije antes reduce el riesgo de transferencia horizontal de genes. Pero el algodón también es un cultivo cuyo fruto es una fibra que no se consume, sino que se usa para la producción textil. Es cierto que la semilla del algodón puede usarse para alimentar al ganado y para producir aceite, pero no se consume directamente por los humanos. La soja es igualmente un cultivo autógamo y se usa mayoritariamente para alimentación animal y para la producción de bioetanol, aunque también se usa para el consumo humano sobre todo en forma procesada.
Por lo tanto, comenzar la comercialización de los transgénicos con el algodón y la soja minimizaba la resistencia que pudiera poner la sociedad a este tipo de cultivos principalmente porque nos parece menos riesgoso vestirnos con transgénicos, o comer animales alimentados con transgénicos, que comernos los transgénicos directamente.
El maíz es diferente. El maíz no solo es alógamo y usado para el consumo animal, sino que también es consumido de forma directa por los humanos. Por lo tanto, era de esperarse que las controversias respecto al maíz transgénico fueran más significativas. Y así fue. Las controversias se dispararon cuando se comprobó (en estudios debatidos) la existencia de transferencia horizontal de genes (contaminación) entre variedades transgénicas y convencionales de maíz en Oaxaca México.
Dado que México es el centro de origen genético del maíz, esto prendió las alarmas en este país porque existía el riesgo inminente de que las variedades locales adquirieron todas cualidades transgénicas. Eventualmente se prohibió el maíz transgénico en México y el mayor argumento que sostiene esta decisión es que se debe garantizar el derecho de las futuras generaciones a escoger entre variedades convencionales y transgénicas, para lo que hay que primero proteger la existencia de las variedades convencionales.
Con respecto al trigo transgénico argentino, es bastante notorio que esta tecnología no se haya producido en el norte global, donde se encuentran sus principales consumidores. Con la decisión de Bioceres de producir trigo transgénico, mi impresión es que se esperaba una oposición férrea desde estas áreas del mundo, especialmente de Europa. Sin embargo, dada la coyuntura actual de guerra en Ucrania, una de las cestas alimentarias del mundo, es posible que esto cambie. Además, esta coyuntura pudo haber influido en que finalmente se haya aprobado la soja HB4 en China, desbloqueando su comercialización en el resto del mundo. La geopolítica empieza a jugar un papel relevante en estos procesos.
– ¿Cuál es el principal relato o discurso que esgrimen los propulsores del trigo transgénico HB4?
– Voy a contestar a esta pregunta más allá del trigo transgénico y en relación a HB4 y Bioceres en general. Yo creo que el caso argentino y Bioceres en particular es muy interesante para complejizar el debate frente a los transgénicos a nivel mundial. Es muy llamativo que Bioceres y la tecnología HB4 solo hayan empezado a recibir críticas mediatizadas desde 2019, cuando el trigo transgénico fue aprobado en Brasil ¿Por qué no antes? Para empezar a entender esto, es necesario conocer las herramientas discursivas de los grupos anti-transgénicos, quienes además de las figuras de las cuales acabo de hablar (el monstruo, el cyborg, el virus), movilizan argumentos anticapitalistas y localistas.
Por lo general, las empresas criticadas son gigantes transnacionales como Bayer-Monsanto o Syngenta-ChemChina a quienes se les acusa de llevarse la parte de las ganancias más grande en la venta de semillas. Como estas empresas controlan el segmento de la producción que más valor agregado genera, es decir el desarrollo tecnológico, se les acusa de beneficiarse de la mayor tasa de beneficios. Además de esto, como son empresas transnacionales, se dice que poco les interesa el medio ambiente local y que generan sus beneficios a costa de un alto impacto socio-ambiental.
En sus inicios Bioceres proponía un modelo diferente a este y por lo tanto resultaba ser un blanco complicado para los movimientos anti-OGM. Bioceres se presentaba como una empresa nacional que trabaja por crear productos con ciencia nacional. Por lo tanto, era una empresa que de una manera u otra desafiaba el control por parte de las multinacionales extranjeras de los segmentos productivos de más alto valor agregado. Este posicionamiento nacionalista de la empresa ha sido en buena parte exitoso. Ha servido para asegurar el apoyo por parte de varios gobiernos a la tecnología HB4, pero también por parte del senado, quien durante el gobierno de Cristina Fernandez de Kirschner declaró a HB4 como una tecnología de interés estratégico para la nación. Sin embargo, con la salida de Bioceres a Wall Street como un holding, la empresa terminó efectivamente por transnacionalizarse. Esto, desde mi punto de vista, debilita la narrativa nacionalista de la empresa y la hace nuevamente vulnerable a las criticas anti-transnacionales que movilizan los grupos anti-OGM.
Otro de los motivos por los que Bioceres ha representado un blanco difícil para los grupos anti-OGM en el pasado, son sus narrativas de agricultura verde. Mientras la sociedad argentina pensó que HB4 era solamente una tecnología de tolerancia a sequías, no hubo mucho ruido mediático alrededor de la tecnología. Sin embargo, esto cambió en 2019 cuando se divulgó entre la sociedad que la tecnología también incluía tolerancia al herbicida glufosinato de amonio, en el contexto de las discusiones de aprobación de trigo HB4 en Brasil. HB4 comenzó a vincularse en el imaginario colectivo con herbicidas y con las experiencias dolorosas que ha tenido el país con el uso y el abuso del glifosato.
Ha habido mucha discusión acerca de las razones por las cuales se incluyó este evento tolerante a herbicidas en la tecnología HB4. Unos dicen que simplemente se usó como marcador de selección en el desarrollo de la tecnología de tolerancia a sequía y que los agricultores pueden decidir no usar esa parte de la tecnología. Otros dicen que las empresas desarrolladoras de tecnologías transgénicas en realidad hacen su negocio mediante la venta de agroquímicos, y que esta es la razón por la cual se vinculó la tolerancia a herbicidas con la tecnología. A mi me parece que creer en cualquiera de estas dos posiciones es bastante ingenuo. No creo que se introduzca un evento transgénico en una planta por asuntos puramente técnicos y este evento resulte ser, por accidente, competitivo en el mercado. De manera similar, no se invierte en un desarrollo transgénico por décadas sin saber si va poder llegar al mercado (hablo de HB4), para promover la venta de un herbicida que ya es comercial hace varios años (glufosinato de amonio).
Para mí se trata de un asunto de mercado, y no estoy hablando de trigo transgénico en particular, sino de la tecnología HB4 en general. Mientras existan eventos transgénicos que ofrezcan tolerancia a herbicidas, lo más probable es que los desarrolladores de semillas biotecnológicas introduzcan genes de tolerancia a herbicidas en sus tecnologías para competir en el mercado con otros desarrolladores. Claro está, a menos que encuentren una forma alternativa de controlar las ‘malezas’ en contextos de agricultura industrial que reemplace a los herbicidas químicos. En otras palabras, es un problema sistémico vinculado al modelo de agricultura industrial.
Otro punto importante de las narrativas de agricultura verde de Bioceres tienen que ver con su sistema de semillas ‘ECOSeed,’ de la cual aún se habla muy poco en Argentina. HB4 es solo una de las varias capas tecnológicas de este sistema de semillas. De hecho, yo vine a la Argentina en primera instancia para investigar la ECOSeed. Me parece un sistema interesante, al menos discursivamente, porque pretende producir semillas personalizadas para diferentes regiones de la Argentina. Además pretende lograr esto mediante el uso de productos microbiológicos que pueden potencialmente reducir el uso de fertilizantes químicos. Con esta aproximación, Bioceres apunta a transformar un mercado dominado por semillas altamente estandarizadas que son dependientes de productos químicos externos al suelo. Es en este contexto que Bioceres compra a la empresa de productos microbiológicos Rizobacter y que acaba de adquirir a Marron Bio, una de las empresas Estadounidenses más grandes de insecticidas biológicos, entre otros productos.
Por lo tanto, vemos que mientras los discursos nacionalistas de Bioceres se debilitan con la transnacionalización de la empresa, la empresa no termina de encajar dentro del estereotipo de multinacional agroalimentaria extranjera fuertemente ligada a la industria petroquímica (como por ejemplo Monsanto o BASF). Por el contrario, la empresa moviliza crecientemente discursos de agricultura verde prometiendo una transición hacia una agricultura carbono neutral. La pregunta es ¿Qué tipo de agricultura verde y carbono neutral? ¿Qué tipo de gobernanza estará asociado con este modelo verde? Y ¿Hasta qué punto podrá realmente desafiar al modelo fordista de la agricultura industrial basado en los agroquímicos y cultivos estándares? Esto es algo que tenemos la responsabilidad de analizar con cuidado.
-¿En uno de tus artículos hablás de HB4 como una “tecnología miope”, nos podés aclarar a qué te referís?
-No lo digo yo, lo dice la Dra. Chan. Esto tiene que ver con la historia fundacional de la tecnología HB4. En términos simples, ante la sequía, plantas como la soja o el trigo aceleran su reproducción para poder dejar descendencia. Con esta reacción buscan dejar algunos granos para proteger la especie, pero su nivel de producción se ve afectado significativamente. Es decir que la planta prioriza la supervivencia de la especie frente a la productividad.
Por el contrario, y a grandes rasgos, el mecanismo de acción de HB4 ayuda a que las plantas ‘ignoren’ la sequía para que puedan seguir produciendo normalmente. Ignorar la escasez de agua y le da a la planta un tiempo de espera mientras llueve, sin afectar su desarrollo y proceso productivo. Sin embargo, si el agua no llega nunca, la planta muere sin dejar descendencia. Es decir que la planta HB4 prioriza la productividad frente a la supervivencia de la especie.
No digo que esto sea un problema para la especie en un contexto de la agricultura industrial. En este tipo de agricultura las plantas ya han pasado a depender del cuidado humano, y la reproducción de las plantas comerciales ha pasado a depender más del mercado que de la planta misma. Sin embargo, me parece que este tipo de historias mediante las cuales los creadores de la tecnología explican al público sus creaciones, si nos dicen bastante sobre la mentalidad de los científicos y de las empresas en esta etapa del capitalismo.
El artículo que mencionas discute precisamente la historia fundacional de la tecnología HB4. Investiga cómo los valores capitalistas de la ciencia moderna terminan por materializarse en el ADN de organismos vivos como las plantas. También plantea la posibilidad de que la miopía o la ‘ignorancia’ puedan verse como una mercancía física, que es seleccionada y aislada de algunos organismos, se transfiere entre organismos y se vende en el mercado.
Dicho artículo también vincula la descripción que hace la Dra. Chan del mecanismo de acción de HB4 como un tipo de miopía, con el concepto de eco-miopía. Este concepto ha sido desarrollado para mostrar como tecnologías utópicas frente al cambio climático (como máquinas que secuestran carbono) pueden terminar por ralentizar nuestra respuesta a esta crisis ambiental. Es decir, crean una falsa seguridad sobre el futuro para que la economía siga funcionando normalmente, como si no estuviésemos ya en medio de una crisis ambiental.
Yo argumento que esta misma lógica se exporta a la ingeniería de plantas como HB4, las cuales se modifican para que sean menos sensibles a la sequía y puedan así seguir produciendo normalmente. La diferencia es que mientras las plantas HB4 pueden darse el lujo de ignorar la sequía, porque su reproducción está garantizada por el mercado (al menos por ahora), nosotros como humanos no podemos permitirnos ignorar el cambio climático sin consecuencias existenciales sobre nuestra reproducción como especie. Hay un problema con este tipo de mentalidad que prioriza la producción sobre cualquier otra cosa.
– ¿Qué postura tenés respecto a los convenios público-privados como el caso del HB4 en lo que refiere a las líneas de investigación científicas? Sobre todo teniendo en cuenta que no se trata de ciencia básica cuyos resultados pueden luego derivar en otra cosa, sino que ya desde el inicio de la investigación-financiación se trata de ciencia aplicada con una visión específica de un modelo de negocios.
– No estoy seguro que esto haya sido así. Lo que entiendo es que el equipo de la Dr. Chan comienza su investigación con el apoyo del Conicet y la Universidad Nacional del Litoral, y que después de algunos resultados positivos con el gen hahb4 del Girasol en condiciones de laboratorio, se suma Bioceres/Indear. En ese momento, Bioceres era una start-up que actuaba como mediador de conocimiento nacional. Si este fue el caso, sí estaríamos hablando de ciencia básica que fue más adelante financiada por un actor privado para convertir el evento asociado al gen del girasol hahb4 en lo que ahora conocemos como la tecnología HB4.
De hecho, según la historia fundacional de Bioceres, Federico Trucco, quien es ahora el CEO de la empresa y que en ese entonces era un estudiante doctoral en Estados Unidos, se mostraba escéptico a HB4. Para los primeros años del 2000 ya había varios eventos ‘tolerantes’ a climas extremos en el mundo. Sin embargo, a pesar de funcionar bien a nivel de laboratorio en plantas modelo, funcionaban mal en plantas comerciales y en condiciones de campo abierto. Es un tema complejo que cuento en mi artículo, pero en resumen según esta historia, Federico Trucco solo se convenció del potencial de la tecnología HB4 cuando esta empieza a mostrar resultados positivos en cultivos comerciales a campo. El punto es que HB4 no era necesariamente una tecnología prometedora en sus inicios, dadas las experiencias fallidas con este tipo de cultivos a nivel internacional.
Creo que el asunto importante está más relacionado a la repartición de beneficios y este es un tema bastante sensible que quiero tratar con el mayor cuidado. Hasta donde yo sé existen tres patentes sobre HB4 y en la medida en que la tecnología se desarrolla más y más por parte de Bioceres, alejada del grupo de investigación original, las nuevas patentes parecen favorecer más y más a la empresa. Mi pregunta es, y esto es realmente una pregunta a la cual no tengo respuesta, ¿Que patente protegerá a la versión comercial de los productos HB4? ¿Qué tanto se beneficiará la U. de Santa Fe, sus investigadores y el Conicet de estas patentes? Me parece que son preguntas relevantes para la Argentina si este tipo de colaboraciones público-privadas han de continuar.
* Entrevista realizada por Lisandro Arelovich (Taller Ecologista), el 18 de Mayo de 2022
** Fotos: Agencia Tierra Viva
*** Diego Silva también ha sido investigador postdoctoral visitante en el Institute for Science, Innovation and Society de la Universidad de Oxford y en el Departamento de Antropología de la Universidad de California en Santa Barbara.