Estamos habituados que se convoque a la eficiencia energética en momentos críticos. O sea, por ejemplo, cuando la demanda eléctrica del verano amenaza con colapsar los sistemas de distribución de la energía. En este caso la preocupación mayor no es en sí misma consumir menos sino, solo evitar daños mayores ya que de producirse el colapso no se podría seguir vendiendo energía. Una vez que pasa el peligro los programas de eficiencia energética se deprimen.
Este no es un problema local, sino que ocurre en toda América latina. En el trabajo "Situación y perspectivas de le eficiencia energética en América latina y el Caribe" elaborado por Cepal en 2009 se concluye que la situación de los diferentes programas en los distintos países es muy dispar. Se marca también la falta de conocimiento de los usuarios y la idea de que la mera existencia de leyes, decretos, regulaciones o programas no garantiza el éxito de los mismos. Además, se indica la dificultad para monitorear los resultados. Más allá de algunos éxitos parciales se observa un fracaso general en los programas de eficiencia energética.
Seguramente son muchas las causas del fracaso global de estos programas. Pero existe una causa principal. Es la profunda contradicción entre un sistema que se sostiene en la medida de que venda energía cada vez en mayores cantidades y la ambición de los programas de eficiencia de que en definitiva intentan que se venda menos.
La lógica mercantil incorporada en un bien que debería ser realmente un servicio público impregna toda la operatoria energética y no solo para el caso de la energía eléctrica sino para los combustibles líquidos, sólidos y gaseosos. Es muy probable, por ejemplo, que si los sectores residenciales de mayores consumos de electricidad en nuestra provincia redujeran sus consumos, las cuentas de la empresa de distribución eléctrica se vean afectadas drásticamente a riesgo de que no cierren. Vemos aquí una contradicción intrínseca entre apuntar a la eficiencia energética y sostener el sistema mismo.
Se trata de repensar el sistema en sí mismo, de desarticular la lógica mercantil alrededor de la energía y fortalecer estructuras regulatorias y normativas que incorporen el objetivo de la energía como un medio de satisfacer necesidades y no como un objetivo en sí mismo. Las nuevas estructuras regulatorias debieran privilegiar el servicio público, el acceso, el derecho, la satisfacción de necesidades anudando esto al objetivo de lograrlo cada vez con menos cantidad de energía. No es bueno que crezca la cantidad de energía que necesita el país sino poder decir que podemos estar mejor con menos cantidad de energía.
En el trabajo "Reducir emisiones ahorrando energía" publicado por la Fundación Vida Silvestre en 2007 se indica que el potencial de ahorro de energía en nuestro país en el sector eléctrico es del orden del 18 al 30 por ciento y del 21 al 30 por ciento en el sector de gas natural. Seguramente los ahorros posibles en el transporte podrían alcanzar valores similares. Mientras se estima que el déficit de la balanza comercial en el sector energético este año superará los 6.000 millones de dólares el retorno de la inversión en eficiencia energética puede alcanzar una relación de veinte a uno. O sea por cada peso puesto en eficiencia podemos ahorrarnos veinte en la infraestructura nueva evitada y los combustibles ahorrados.
Avanzar en procesos de eficiencia energética requiere indefectiblemente del hecho de concebir la eficiencia en sí misma como una fuente de energía. En este sentido, concebirla como una fuente presupone hacer trabajos de exploración y búsqueda de la eficiencia. En términos más sencillos estamos diciendo que debemos buscar eficiencia, debemos invertir para buscar eficiencia. Mientras se anuncian decenas de miles de millones de dólares para la exploración de combustibles fósiles no convencionales con los gigantescos impactos del proceso de extracción y quema de los mismos no existen programas de exploración de eficiencia en nuestro país.
Debemos entonces repensar la lógica alrededor de la energía, fortalecer la idea de derechos, construir un nuevo horizonte asociado a satisfacción de necesidades y no a consumo y en este marco concebir a la eficiencia energética como un proceso necesario pero no suficiente.
(*) Ingeniero electricista, magister en sistemas ambientales humanos, integrante del Taller Ecologista. Docente e investigador UTN.