Cuando salimos a las calles nos asalta la sensación de que en ellas ya no cabe un auto más.
Las causas parecen evidentes: se baten récords de ventas de 0Km y según las propias estadísticas de la Dirección de Ingeniería de Tránsito de Rosario en 2008, se calculaban unos 490 mil coches, y dado los crecimientos de 2009 y lo que va de 2010, las cifras se han incrementado notoriamente.
Ante esta situación, a todos se nos ocurre la necesidad de reclamar políticas públicas que apunten a resolver el problema.
Si bien no existe un plan explícito y orgánico, si existen una serie de medidas que apuntan a incrementar el espacio disponible para los vehículos. Citemos aquí a la construcción de cocheras, ya sea en edificios privados o en espacios públicos o a la ampliación y ensanche de calles para que los  vehículos puedan transitar con mayor fluidez, para que nos desplacemos a mayor velocidad. Y aunque estas medidas no constituyan una política, si se orientan claramente a la redistribución del espacio ciudadano, destinando una mayor parte de él para los automóviles.
Aquí es tal vez donde empezamos a ver el verdadero problema: se está tratando de que los autos tengan espacio, de que puedan circular, cuando los que necesitamos circular somos nosotros.

Para quienes son las calles
“No se pueden identificar las condiciones para una circulación óptima sin decidir de antemano que la circulación en cuestión debe ser la locomoción de las personas y no la de los vehículos.” Decía Iván Illich  ya en 1971.

Se proyectan estacionamientos subterráneos “disuasorios” para que los coches no lleguen al área central. También se ofrecerán parkings que disuadan la llegada de autos al microcentro. Los lugares fueron definidos en torno al Paseo del Siglo, el Hotel Savoy, el Nuevo Banco de Santa Fe, el Concejo, San Lorenzo y Corrientes, la plaza Sarmiento, y Paraguay entre Rioja y San Luis. Y lo que lograremos de esta manera, es que los autos vayan con seguridad hasta allí.
Si permitimos que los coches circulen por el microcentro, ¿como esperamos después “disuadirlos” de que lo hagan?
Si ampliamos, ensanchamos las calles, lograremos la breve ilusión de que hay mas espacio para circular. El posterior incremento de vehículos, en esas mismas calles compensará con creces ese espacio adicional logrado, y lo que es peor, se producirá precisamente a causa de ese ensanche.

Estas medidas nos llevan a una escena donde los autos diseñan, proponen y delimitan los espacios ciudadanos. Y como no puede ser de otro modo, también los dominan.

La ilusión de la velocidad
“El americano típico consagra más de 1 600 horas por año a su automóvil: sentado dentro de él, en marcha o parado, trabajando para pagarlo, para pagar la gasolina, las llantas, los peajes, el seguro, las infracciones y los impuestos (….) Estas 1 600 horas le sirven para hacer unos 10 000 km de camino, o sea 6 km en una hora. Es exactamente lo mismo que alcanzan los hombres en los países que no tienen industria del transporte.”

Las frases de Illich escritas hace casi 40 años tienen una vigencia tal, que es imposible decir mejor lo que nos pasa a los rosarinos, la inexplicable frustración que sentimos cuando necesitamos llegar a algún lugar e innumerables obstáculos nos entorpecen el camino, y esto vale ya sea que vayamos en auto, o a pié. La competencia por el espacio entre las personas y las máquinas se transforma en una batalla que nadie gana. Y esto ocurre todos los días.

Si vamos en auto, pensando en llegar antes, apenas sorteamos alguno de esos “obstáculos”. Lo primero que hacemos es acelerar para compensar el tiempo perdido. Esta actitud nos la dicta el sentido común y proviene de hacer un “promedio” entre los ratos en que el auto estuvo parado (o andando al lentísimo paso del hombre) y los ratos en que podemos acelerar.

Si vamos a pié, vamos a sufrir la permanente agresión de los autos, esperaremos una suma de interminables minutos perdidos para cruzar cada calle, y casi ninguno de esos autos aceptará ceder el espacio y permitir que pasemos primero, aunque inexplicablemente vayan conducidos por personas como nosotros.

En ambos casos todos, los que van en auto y los de a pié estaremos sujetos a las consecuencias de creer en la misma ilusión, de que el incremento de la velocidad por sobre las posibilidades del ser humano hará que nos desplacemos mas rápidamente cuando en realidad ocurrirá lo contrario.
El hecho de permitir que los autos circulen y que lo hagan por encima de ciertos límites es lo que entorpece el desplazamiento de todos.

Los límites de velocidad establecidos por razones de seguridad del tránsito son de 50, 60 o 70 Km/h en avenidas, 40 Km/h en las calles y 30 en el microcentro. En todos los casos son muy elevados. Según el mismo Illich, el límite de la velocidad no debería ser nunca superior a 20 o 25 Km/h.

“La velocidad superior de ciertos vehículos favorece a algunas personas, pero la dependencia general en los vehículos veloces consume el tiempo de todos. Cuando la velocidad rebasa una cierta barrera empieza a aumentar el tiempo total devuelto por la sociedad a la circulación.”

El gasto energético
A nivel mundial, el uso masivo del automóvil es una de las mayores contribuciones al excesivo gasto energético, y consecuentemente a la emisión de gases GEI, responsables del cambio climático. De las alternativas que tenemos los ciudadanos para movernos por la ciudad, el auto es el de peor eficiencia energética.

La preferencia por el transporte público, y mas aún si éste es eléctrico podría significar una importante reducción en dichas emisiones, (habría que estudiar también la composición de la matriz de energía del país y trabajar para que la misma se componga de menos fuentes fósiles y mas renovables).

Sin embargo podemos ir más allá.
El ser humano posee una notable eficiencia energética ya que para desplazarse consume menos de 1 caloría por gramo de su propio peso, para cada kilómetro recorrido en diez minutos; cualquier vehículo a motor consume al menos 4 veces más.
Pero aún más, mediante el uso de la bicicleta esta eficiencia se mejora a 0,15 calorías por cada kilómetro. El ciclista puede desplazarse 3 a 4 veces más rápido que el peatón.

Aquí, habiendo determinado cuáles son los obstáculos a la circulación, hemos encontrado algunas de las soluciones. Para que todos podamos ir más rápido, tal vez la ciudad debería estar pensada para los ciclistas, que no se desplazarían nunca a más de 25 Km/h.

Los caminos a seguir

Todos tenemos algo que decir acerca de este tema y todas las voces debieran escucharse. Pero es necesario entender que para encontrar una solución no es posible aplicar las mismas recetas del fracaso.
“En sus demandas políticas el usuario no busca más caminos abiertos sino más vehículos que lo transporten; quiere más de lo mismo que ahora lo frustra, en vez de pedir garantía de que, en todo sentido, la precedencia la tenga siempre el peatón. La liberación del usuario consiste en su comprensión de la realidad: mientras exija más energía para propulsar con más aceleración a algunos individuos de la sociedad, él precipita la corrupción irreversible de la equidad, del tiempo libre y de la autonomía personal. El progreso con el que sueña no es más que la destrucción mejor lograda.”

En realidad, tal vez debemos decir que Illich va más allá en sus propuestas, acercándose a lo que se suele llamar “utopía”. Sin embargo, a la vista del frustrante caos diario de nuestras calles, y de que seguramente se pondrá peor si no encontramos propuestas de verdadero cambio, no estará mal echar una ojeada a sus escritos, encontrando en ellos y las de otros estudiosos del tema seguramente antiguas ideas renovadoras y que puedan ponerse en práctica, para modificar nuestra realidad y nuestro futuro como ciudad.