Los pueblos del sur estamos ahora mismo afrontando los costos, cada día mayores, de las acciones necesarias para nuestra adaptación al cambio climático. Sin embargo, los Estados principalmente responsables de las causas directas del calentamiento global, no están asumiendo su responsabilidad histórica por la creciente deuda social y ambiental que están acumulando con los pueblos más vulnerables, generando una situación de injusticia que debe ser revertida urgentemente.
El combate al cambio climático no es solo una lucha por la supervivencia de nuestro planeta, sino también es una lucha por la justicia mundial.
Los costos financieros, sociales y ambientales de las emergencias que debemos enfrentar, se elevan de manera exponencial y van en proporción directa a los compromisos no cumplidos por los países desarrollados.
Los últimos informes científicos no sólo nos dicen que los gastos de adaptación van a ser un múltiplo de lo que se habían pronosticado hace sólo 2 años por el Panel Internacional de Cambio Climático (IPCC); también nos dicen que el calentamiento de la atmósfera de la tierra ya ha alcanzado niveles muy peligrosos.
En su falta de cumplimiento con la meta de evitar el cambio climático peligroso, los países industrializados no solo violan el Convenio, sino que también están violando los principios básicos del derecho internacional ambiental, como la responsabilidad de no causar daños graves a los territorios de otros Estados.
Los compromisos que se traducen en artículos del Convenio Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, deben establecer no sólo la reducción de al menos el 49% de las emisiones de gases de efecto invernadero domésticos para el año 2017 con respecto a los niveles de 1990, sino también, como estipula el Convenio, proveer recursos financieros suficientes y la transferencia de tecnología que necesitan nuestros países para alcanzar la sustentabilidad de nuestro desarrollo.
Tal vez así lograremos mantener el aumento de la temperatura promedio de nuestro planeta por debajo de los 2˚C, límite que todos sabemos es insuficiente, pues debemos apuntar a metas más realistas, como reducir esta marca a 1,5˚C.
Esperamos que la solidaridad de los Estados responsables, esté basada en el reconocimiento de la desgarradora realidad que viven los mil quinientos millones más vulnerables de la población mundial, particularmente los pueblos indígenas, que viven en áreas de alto valor ecológico, como los bosques tropicales y subtropicales, cuya preservación es de interés de toda la humanidad, tanto por albergar a grandes y diversas poblaciones humanas, étnica y culturalmente irremplazables, como porque esas áreas y esas culturas que las cuidan, cumplen un rol esencial en las estrategias mismas para el combate al cambio climático global.
Las soluciones verdaderas, como las iniciativas de conservación y restauración de bosques y otros ecosistemas clave para nuestra adaptación a los cambios climáticos, como los humedales, sólo pueden ser sustentables si están implementadas de manera social y ecológicamente responsable; respetando los derechos estipulados por la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos Indígenas; protegiendo la soberanía alimentaria de los pueblos; usando una gran diversidad de especies nativas; tomando en cuenta que las plantaciones de especies exóticas causan graves impactos sociales y pérdida de biodiversidad.
Los fondos para soluciones deben provenir de fuentes públicas y ser manejados de una manera democrática por las Partes en el Convenio mismo. Los mercados de carbono no podrán reemplazar a estos fondos, porque nunca van a ser un recurso financiero estable, equitativo y seguro. La crisis financiera reciente nos ha enseñado que no podemos confiar en los mercados para solucionar los grandes desafíos de la humanidad.
No podemos aceptar propuestas que obliguen a los países en desarrollo a pagar hasta el 40% de los costos de un problema que no han causado. Menos podemos aceptar, que otros 40% de los fondos necesarios provengan de un mercado de carbono mal definido. Tiene que quedar claro que las inversiones de carbono nunca podrán reemplazar a los fondos públicos.
Las propuestas que sugieren que sólo 20% de los costos de mitigación del cambio climático serían pagados con fondos públicos internacionales y que los países en desarrollo mismos tienen que contribuir con este 20%, no solo son una violación de los principios del Convenio, son una violación de los principios básicos de la justicia internacional.
No podemos aceptar un "Trade" sin "Cap", intercambio sin límites, menos aun, fuera del marco del Protocolo de Kyoto.
Los países del sur no hemos venido a Copenhague a intercambiar palabras vacías de valor y de coraje. No aceptaremos acuerdos basados en falsas soluciones, porque esta crisis mundial es REAL y porque la TIERRA nos pide a gritos soluciones de verdad, soluciones construidas sobre principios. NO dañar a otros Estados y a otros pueblos es un principio irrenunciable del derecho internacional; la equidad y la justicia entre los pueblos son principios irrenunciables de la ética que debemos reinstalar.
A medida que el cumplimiento de los compromisos de mitigación de los países desarrollados sea postergado, las posibilidades de bienestar y supervivencia de miles de millones de seres humanos se ven amenazadas. Hoy enfrentamos la mayor crisis de seguridad que se haya planteado para el planeta.
La deuda social y ambiental acumulada por el cambio climático debe ser saldada inmediatamente, pues este pasivo ya es insoportable y torna insustentable nuestro desarrollo. El monto actual de esta deuda superaría ya, de acuerdo a cálculos conservadores, los 500.000 millones de dólares, cifra sin embargo comparable a lo invertido en el rescate bancario últimamente desembolsado. El dinero existe, la voluntad debe también existir.
Para terminar, quiero recordar de nuevo las palabras de Leonardo Boff: “Rara vez nos hemos preguntado si una tierra finita puede soportar un proyecto infinito. La respuesta nos la esta dando la misma tierra. Ella ya no puede reponer por si misma lo que le hemos quitado; perdió su equilibrio interno por causa del caos que creamos en su base fisico-quimica y por la contaminacion atmosferica que la hizo cambiar de estado. Si continuamos por este camino, comprometemos nuestro futuro.
Que podemos esperar de Copenhague? Por lo menos esta simple confesion: No podemos continuar como hasta ahora. Y una decision: Vamos a cambiar de rumbo. En vez de competencia, cooperación. En vez de crecimiento económico sin fin, la armonía con los ritmos de la tierra. En vez de individualismo, la solidaridad inter generacional. Utopia? Si, pero una utopia necesaria para garantizarnos un porvenir”.