Pero nos interesa reflexionar respecto al momento en el que se da esto. La situación energética mundial y local han cambiado profundamente desde que YPF estaba en el ámbito de la gestión estatal. El mundo ha cambiado.
Este año, más de 100 presidentes debatirán en Río de Janeiro el futuro del planeta, amenazado por el cambio climático producido básicamente por la utilización de recursos fósiles. Esto debe ser sumado a la inexorable realidad, comprobada por todos los análisis científicos, de acercamiento al cenit del petróleo.
Inexorablemente vamos hacia un proceso de desaparición de estos recursos y cuanto más los utilicemos, más rápidamente se agotarán. Ni siquiera la apuesta a los combustibles fósiles no convencionales puede cambiar este rumbo, sólo lo alterará en algunos años con un impacto impredecible desde el punto de vista de las consecuencias que traería aparejada su explotación.
El nuevo paradigma patrocinado por las elites empresarias de ciclo transnacional es el de la economía verde. De este modo relegan la noción de desarrollo sustentable y su capítulo referido a la equidad social. Lo que buscan es recrear un nuevo ciclo de acumulación del capital sobre la base de la reconversión inevitable y no diferible de la vida cotidiana.
Una contracultura frente a ello debe necesariamente contar con un compromiso efectivo de gobiernos, en el marco de un proceso de desmercantilización de bienes y servicios básicos para la vida planetaria.
La recuperación del control de los recursos energéticos nacionales deberían ser el paso central para generar otra realidad energética que ponga en el debate la construcción de una nueva matriz, que plantee a la vez una transición. Esta debe incluir una ostensible declinación de la dependencia de los combustibles fósiles y un desarrollo consistente con alta eficiencia de las energías renovables. Es urgente y necesario lograr el autoabastecimiento energético. El desafío es hacerlo sobre una base que no sea la hidrocarburífera.
El error sería pensar en una política energética por fuera y por encima de un nuevo concepto de desarrollo. La posibilidad de sustituir energía de fuente fósil por otra de naturaleza renovable, sin poner en agenda nuevos modelos de producción, distribución y consumo de bienes y servicios, sería caer en la ilusión de que eso es factible en un marco de equidad social y equilibrio ecosistémico.
Hay que poner los caballos delante del carro: lo primero a resolver es un nuevo concepto de desarrollo, los programas que en el corto, mediano y largo plazo que lo harían posible y en función de ello, la constitución de una nueva matriz energética asentada en la promoción de renovables. Eso implica transiciones, consensos y a la vez renuncias y nuevas distribuciones de beneficios, en sentido diferente de lo actuado hasta el presente.