El problema
El ser humano como especie –y la mayoría de las especies conocidas- han nacido y evolucionado a lo largo del último millón de años en un ambiente con cierto tipo de condiciones climáticas, atmosféricas, hídricas, entre otras. Este ambiente ha posibilitado su existencia y desarrollo. Esta es la biósfera que conocemos –más o menos conocemos- y en la que hemos aprendido a desenvolvernos.
El cambio climático trae aparejado un cambio sustancial en estas condiciones. El ser humano se enfrenta a una experiencia novedosa en su milenaria existencia: habitar un ambiente desconocido, para el cual no está “diseñado”  y al que no sabe si podrá adaptarse.
Algo similar le ocurre al planeta en su conjunto. Algunos ríos viven de un cierto tipo de pluviometría o del volumen de agua que baja de los glaciares; los sedimentos arrastrados alimentan la base de la vida oceánica y esta a su vez alimenta a los seres humanos; los humedales regulan los flujos de los ríos y los bosques limpian el aire para que los animales y los humanos respiren. Vaya estos a modo de ejemplos, pero así pasa con cada uno de los elementos que componen la biósfera.
Todo esto cambiará. Los ríos ya no serán alimentados por los glaciares, los regímenes de lluvia se alterarán, muchos de los bosques morirán y el aire estará saturado de gases. No es el fin del mundo. Es tan solo el fin de las condiciones que posibilitaron la existencia de la vida humana en el planeta. Es el desafío más grande que la humanidad haya enfrentado jamás. Quizá no logre adaptarse.

Las soluciones
Este problema es causado por la proliferación de unos gases llamados de “efecto invernadero” que algunas actividades humanas liberan a la atmósfera. Son unos pocos gases, al menos hasta donde se sabe, y la solución es sencilla: evitarlos. Solamente con dejar de consumir combustibles fósiles solucionaríamos el problema (hay otras actividades que generan gases pero en menor cantidad). Hay tecnología disponible para sustituir estos recursos sin arriesgar la capacidad planetaria de alimentar y proteger a toda la humanidad.
Claro, no solo es necesario echar mano a esas tecnologías, sino que además es imprescindible  reducir los niveles de consumo (algo a lo que la naturaleza nos obligará de todos modos más temprano que tarde).
No los de toda la población. Alcanzaría con reducir el consumo de aquella fracción de la población humana que consume más, algo así como el 20% de los habitantes del planeta.
Además estas decisiones deben ser tomadas rápidamente;  si no se logra comenzar a reducir las emisiones globales en el próximo quinquenio, los cambios señalados más arriba se producirán inevitable e irreversiblemente. Eso es al menos lo que dice la ciencia: máximo 350 partes por millón de CO2 en la atmósfera, 1,5o C aumento máximo de
temperatura media y “pico” de las emisiones en 2013 (1).

La política nacional
El problema es que los países tienen una estructura económica y política que es incapaz de tomar estas decisiones. Generalmente, entre las personas que forman parte del 20% rico –el que consume la mayor parte de los recursos- están las que deben tomar la decisión de reducir su propio consumo.
Pero además, la economía se sustenta en el uso abundante de estos recursos fósiles. Esto permite el mantenimiento de la riqueza del 20% más adinerado, que es quien por el “efecto derrame” inundará de riquezas a los menos favorecidos (al menos eso se espera). Detener esa maquinaria económica parece imposible. Sobre todo para el 80% menos rico que tiene la ilusión de alcanzar niveles superiores de consumo.
Estas personas no quieren saber de nada con limitar sus ambiciones y deseos de superación económica.
Ante esto el mundo político y los tomadores de decisión: ¿Qué pueden resolver? Tomar las medidas necesarias, no solo atenta contra su propio confort, sino que además pondría en su contra a todos sus votantes y consecuentemente perderían irremediablemente todo sus cargos.  (Es curioso; sin embargo no corren el riesgo de perderlo cuando se pone en juego la base de sustento de la vida misma.)
Esto pasa en todos los países. Estados Unidos, por ejemplo, no reúne en el Congreso los votos suficientes para aprobar el Protocolo de Kioto o alguno similar en Copenhague. Algunos  congresistas responden a estados que dependen del carbón o del petróleo, otros a las empresas petroleras que sustentan su poder, otros al ciudadano medio que quiere mantener sus dos autos y el aire acondicionado y otros a los ciudadanos que no tienen ninguna de esas cosas pero espera tenerlas siempre y cuando la economía siga creciendo.
China es hoy el mayor emisor del planeta. Su economía está creciendo una tasa de 8% a 12%  anual y los chinos (no sé si todos) están locos de la vida con ello. Mucho de este crecimiento está sustentado en el consumo de carbón, el más sucio de los combustibles fósiles. Y los chinos no quieren saber de nada con que les vengan a aguar la fiesta justo ahora que están en lo mejor. ¿Qué político chino se animaría a decirle a su pueblo que ya no podrá crecer?
Pongo a Estados Unidos y China de ejemplo porque son los más grandes emisores, pero podría poner a casi todos los países en la misma lista. Incluido Uruguay, por supuesto.

La política internacional
Con este panorama de fondo se llega a esta Conferencia de Copenhague.
Desde que se firmó la Convención de Cambio Climático en 1992 a la fecha, el fondo de la discusión no ha cambiado demasiado. Y seguramente no cambiará en los próximos años. Los próximos 20 años me animaría a decir.
La mayoría de la opinión pública china (sigo con China y Estados Unidos)  no quiere que su país asuma compromisos de reducción de emisiones en la Convención. Para ellos esto significaría ceder ante los poderes occidentales de Estados Unidos y Europa. Los chinos dicen que China debe defender su derecho al desarrollo. Y atrás de ellos van todos los países en vías de desarrollo. No importa si el globo terráqueo tiene capacidad para satisfacer semejantes ambiciones,  no se detienen a sacar la cuenta. Naciones Unidas la sacó: si cada habitante terrestre consumiera lo que consumen los norteamericanos se necesitarían nueve planetas para alimentarlo (2).
Pero Naciones Unidas no es una autoridad para los chinos. Tampoco para los norteamericanos. En Estados Unidos la mayoría de la opinión pública cree que su país no debe doblegarse ante instituciones como Naciones Unidas: ¿Quiénes son las Naciones Unidas para ir a decirle a los “americanos” como deben vivir?  Y Naciones Unidas funciona por consenso. Alcanza con que un país objete una decisión para que esta no se tome.
Este es el drama de las negociaciones de cambio climático. Todos quieren ser ricos y a nadie le preocupa si la Tierra puede con ello.
Todos quieren aumentar el consumo de energía y a nadie le importa si podremos vivir en la nueva biósfera que nos espera. Todos dicen que hacen los mayores esfuerzos dentro de lo posible, pero lo posible es demasiado  estrecho para los cambios necesarios.
Ahora ponemos la mira en la próxima reunión de la Convención en México en 2010  Y por supuesto no sabemos cuál será su resultado. No obstante, sea cual sea, esta breve descripción de la situación explicará sus pobres resultados que desde ya adelanto. De esta y de las futuras negociaciones. Porque este es el fondo de toda la discusión. Y no hay ninguna señal de que nada vaya cambiar por un largo tiempo.

Gerardo Honty.
Publicado en el Suple Energía de La Diaria (23/12/09)

(1) Panel Internacional de Cambio Climático. Cuarto Informe de Evaluación, 2007
(2) PNUD: Indice de Desarrollo Humano 2007-2008